Interesantísimo artículo donde se desgrana el problema que hay con las autopistas de pago en Cataluña, en el que ha habido una considerable transferencia de renta del conjunto de los contribuyentes españoles a las sociedades concesionarias de las autopistas.
Por cierto, el que firma el convenio en 1998 entre la administración central (dirigida por José María Aznar) y la catalana, y la empresa Acesa (por parte de esta misma) y que no sale en el artículo es Macià Alavedra, que diez años antes había sido «Consejero de Industria y Energía» en el gobierno de la Generalitat. Esto demuestra que las «puertas giratorias» también funcionaban «a toda máquina» en Cataluña.
El coste de construcción de las autopistas se ha cubierto muy ampliamente y el periodo de concesión expiró hace 20 años. Por lo tanto, ¿por qué las autopistas no son gratuitas? El convenio de 1998 explica la causa. Constituye un ejemplo perfecto de la política clientelar instalada en España, Cataluña incluida, según la cual la Administración —en este caso dos administraciones— interviene para favorecer a una determinada empresa y genera un flujo sostenido de renta desde ciudadanos anónimos hacia la empresa favorecida. Si para ello tiene que incumplir o defraudar determinadas disposiciones normativas, lo hace sin sonrojo. No es en absoluto un caso único: hay muchos otros. Lo que lo convierte en especial es que una de las administraciones responsable del abuso lo utilice para fomentar el victimismo porque ese sentimiento favorece sus pretensiones políticas. Es evidente la decisiva contribución de la Generalitat en la realización de este expolio, para utilizar un término, en este caso de forma justificada, tan presente últimamente en Cataluña. Tienen razón los usuarios en quejarse por los peajes de sus autopistas. Se podría comprender, incluso, la campaña “no vull pagar”. Pero se equivocan en dirigir sus quejas contra la proverbial maldad del Gobierno central, que ni es el destinatario de los peajes excesivos ni el principal responsable de su permanencia.
Fuente: Indignación mal dirigida