Voy a poner unos recortes de las partes destacadas, aunque recomiendo la lectura completa del artículo. Pero discrepo del final, ya que insinúa, cuando dice que la solución está en el ahorro, que lo que hay que hacer es privatizar las pensiones, lo peor que se podría hacer.
Entre 1985 y 1990, se constató que el hundimiento de la natalidad y el consiguiente envejecimiento de la población, no eran fenómenos pasajeros sino permanentes. Es decir, ya se sabía entonces que, si no se tomaban medidas, el sistema de pensiones entraría en un desfase colosal hacia 2025, cuando alcanzasen la edad de jubilación generaciones excepcionalmente numerosas.
Cuando las generaciones nacidas entre 1960 y 1980, mucho más numerosas que sus antecesoras y sus predecesoras, comenzaron a trabajar, la enorme recaudación supuso una tentación irresistible para los políticos, ¿para qué guardar los cuantiosos recursos de esa etapa de abundancia si podían utilizarlos para favorecer a amigos y comprar voluntades y votos? Se permitieron, por ejemplo, otorgar demasiadas jubilaciones anticipadas en favor de colectivos muy influyentes. Les importó un bledo el peligro que acechaba en el futuro.
Entonces, in extremis, se alumbró la reforma de las pensiones de 2013, que entrará en vigor en 2019, cuya filosofía consiste básicamente en que la cuantía percibida se ajustará a lo que el sistema pueda pagar. El importe de las pensiones no sólo se reducirá con el aumento de la esperanza de vida; también se adaptará al ciclo demográfico: a más pensionistas, menos pensión. Que se repartan lo que queda entre ellos y, si son muchos, mala suerte.
El cotizante seguirá obligado a contribuir una cantidad fija al mes (creciente para los Autónomos, prepárense), pero el Estado transferirá a cada cual según sople el viento de las circunstancias. Y como lo que sopla es el huracán del invierno demográfico… voilà!, ajuste a la baja para todos aquellos que pertenezcan a las generaciones muy numerosas: los nacidos entre 1960 y 1980 percibirán ingresos inferiores en un 40% a lo que les habría correspondido antes de la reforma.
Dentro de un par de décadas, España vomitará una generación de mayores casi indigentes, de los que nadie querrá o podrá hacerse cargo. Nuestros jubilados ya no serán esa proverbial salvaguardia en las grandes recesiones sino una carga adicional.
Y es que una de las enseñanzas de esta crisis es que el mejor amigo del hombre no es el perro sino el abuelo. Así, al menos, lo certifica el estudio de Salvetti & Llombart, que desvela que en 2015 el 80% de los jubilados tuvo que ayudar a sus hijos. Este porcentaje era del 20% tan sólo cinco años antes, en 2010.
Y es que una de las enseñanzas de esta crisis es que el mejor amigo del hombre no es el perro sino el abuelo. Así, al menos, lo certifica el estudio de Salvetti & Llombart, que desvela que en 2015 el 80% de los jubilados tuvo que ayudar a sus hijos. Este porcentaje era del 20% tan sólo cinco años antes, en 2010.