El mito de la caverna, pues vivimos en una enorme caverna de múltiples salas con una estrecha y oculta salida al exterior que pocos optan por tomar.
Los medios de comunicación de nuestro tiempo son un fiel reflejo del mito de la caverna de Platón. En el fondo de esa caverna del mito había unos humanos encadenados, que todo lo que sabían de la realidad eran lo reflejado por unas sombras proyectadas en la única pared que podían observar. Unas sombras proyectadas por otros hombres que eran los dueños de sus vidas y también de la misma caverna, pues en la propiedad anda el asunto.
Un día uno de ellos se desató, salió al exterior y observó la luz del Sol que hizo casi que le ardiesen los ojos en llamas. Entró de nuevo asustado y muy temeroso de esa dañina luz, cuestionándose que demonios era lo que acababa de ver. Pero volvío, se atrevió venciendo su curiosidad y ansia de saber al miedo, para de paso retornar una vez más al foso del que procedía para avisar al resto de sus compañeros encadenados y que fuesen con él a ver esa luz. Estos no le creyeron, le ignoraron tachándole de loco y continuaron observando sus bonitas sombras en la pared. Después el «desatado» se marchó de nuevo al exterior para contemplar la luz del sol él solo, para no volver jamás aunque no supiera a donde le conducirían sus pasos.
¿Familiar, no? No es novedad que los mass media conforman todo un entramado de desinformación e intoxicación mediática, deformando la información, omitiéndola que a veces es hasta peor o diréctamente inventándosela sin más preámbulos. Son empresas con dueños y accionistas, por lo que amplifican la voz de aquellos a los que pertenece y ya está. Proyectan las sombras que ellos deciden para que los encadenados continúen asociando la realidad con las mismas, tapando siempre la luz del Sol a toda costa por temor al descontrol social. No hay nada más peligroso que una utópica población bien informada y formada, ya se sabe.
El problema es que en nuestro tiempo es un poco más complejo porque no hay una sola caverna, pues sería demasiado evidente la proyección de sombras, sino un puñado de las mismas para que los encadenados puedan hasta discutir sobre que sombra les parece más real. La luz sigue estando ahí, quema cuando la ves por primera vez y probablemente hasta aterrorice, pero una vez acostumbras tus ojos al ardor eres incapaz de asociar las viejas sombras con la realidad.
En ese momento ígneo adquieres la macabra virtud de ansiar el quemarte los ojos constantemente mirando de frente al Sol, buscando purgar hasta la más recóndita sombra que tenías en tu interior. En ese momento tu mente empieza a ser libre y solo piensas en intentar que los demás lo vean tan claro como tú, auque ni ellos mismos quieran. En ese puto momento escoges entre la cómoda felicidad de vivir por vivir sin más en la sombra o encaminarte hacia la búsqueda de lo real, de la luz, de la verdad constante en todo lo que nos rodea.